Cuando el FBI te persigue por lo que has hecho jugando a Diablo III

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Corría el verano de 2012 cuando Patrick Nepomuceno y Michael Stinger, residentes en California y Maryland respectivamente, llevaron a cabo una serie de robos de objetos virtuales en Diablo III. Según los documentos en manos del tribunal, vendieron las armaduras y armas robadas por algo más de 8.000 dólares. Porque sí, amigos, esos hurtos de objetos de un juego tuvieron consecuencias en el mundo real.

Nepomuceno y Stinger se conocieron a través de TeamSpeak, un software de chat de voz por IP muy popular en la comunidad de jugadores, y durante dos o tres meses de estío se dedicaron a engañar a otros usuarios del título de Blizzard para quedarse con sus objetos más preciados.

Así robaban a sus víctimas

Nepomuceno es el cerebro de la historia. Compró una herramienta de acceso remoto que, como su propio nombre indica, servía para poder tomar el control de otro ordenador y llevar a cabo todo tipo de acciones de forma remota. El procedimiento era el siguiente: Nepomuceno y Stinger se acercaban a sus potenciales víctimas en el juego y les enviaban un link en apariencia inofensivo, asegurándoles que se trataba de una captura de imagen sobre un ítem raro. Sin embargo, lo que les estaban colando en realidad era un enlace a la herramienta de acceso remoto.

Una vez que los incautos descargaban el archivo, Nepomuceno accedía a sus equipos, tomaba el control del personaje de sus víctimas y dejaba caer el oro y todos los objetos de valor. Stinger, por su parte, esperaba el momento en el que el personaje del desconocido que estaba siendo robado se despojaba de estos ítems y los recogía.

Según sus propias declaraciones, Stinger no tenía ni la menor idea de que Nepomuceno estuviera engañando a los jugadores de esta forma. Nepomuceno también le había ocultado la verdad a él, animándole a compartir el link de la falsa imagen y haciéndole creer que era capaz de conseguir esos objetos haciendo uso de un glitch del juego.

Y así fueron pillados por el FBI

En mayo de 2012, los jugadores de Diablo III empezaron a informar sobre robos de oro y objetos y los foros de Blizzard se llenaron de quejas y más quejas. Blizzard revisó sus sistemas de seguridad, pero también hizo otra cosa: informar de los robos a la fiscalía.

Stinger, que no era consciente de los métodos usados por Nepomuceno, hacía esto para poder conseguir los objetos más valiosos del juego, no para hacer dinero. “Sólo estábamos pillando objetos virtuales. En un juego”, se lamentaba. Aseguraba que, cuando supo lo que estaba pasando realmente, se alejó de todo este asunto.

Pero el 10 de diciembre de 2012 a las seis de la mañana, el FBI entró en casa de Stinger para llevarse el equipo informático y acusarle de delito. Según los documentos del caso, Stinger y Nepomuceno robaron a entre veinte y treinta jugadores y vendieron su botín por más de 8.000 dólares reales en la ahora ya cerrada Casa de Subastas del Diablo III.

La clave del asunto radica en que no fueron acusados por haber causado pérdidas porque no las hubo, ya que Blizzard le devolvió los objetos virtuales a los jugadores que fueron robados, sino por lo que los ladrones de poca monta ganaron. La cantidad es lo suficientemente elevada como para tratarse de un delito y tanto Stinger como Nepomuceno fueron declarados culpables de “dañar de forma no autorizada un ordenador protegido”.

Ambos salieron en libertad provisional, tres años para Stinger y dos para Nepomuceno, y tuvieron que abonarle a Blizzard una cantidad por valor de 5.654,61 dólares. Stinger le estuvo pagando 100 dólares al mes a la compañía. Se puso a estudiar y aseguró tener dificultades para encontrar trabajo por haber cometido este delito. Nepomuceno, por su parte, evitó hacer declaraciones.

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