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Disney Dreamlight Valley, o cómo pasé de amar el Animal Crossing de Disney a querer ahorcar a Elsa de Frozen en un fin de semana

Desde su anuncio, Disney Dreamlight Valley se ha convertido en uno de mis juegos más esperados del año. La idea de sumergirme en un Animal Crossing de Disney en el que farmear recursos y vestirme de Buzz Lightyear mientras creaba mi propia aldea de personajes clásicos me resultaba de lo más ilusionante.

Durante estos últimos días he podido sumergirme en el Acceso Anticipado del juego de Gameloft y, con una veintena de horas a mis espaldas y casi todos los elementos de su historia desbloqueados, he pasado de la mayor de las ilusiones al odio más encarnizado. Así fue como, pese a sus problemas, acabé reconciliándome con él.

El Animal Crossing de Disney

A medio camino entre el diseño acogedor y el farmeo desmedido, la propuesta de Disney Dreamlight Valley no guarda demasiados secretos para quienes ya se hayan acercado en alguna ocasión a la fórmula de la franquicia de Nintendo.

En un mundo desolado por un mal llamado el Olvido, nuestra misión será devolver una isla mágica a sus mejores días a base de conseguir recursos, viajar a otros mundos, recuperar personajes perdidos y devolverles la felicidad para que quieran irse a vivir a la casa que les has construido.

Por el camino está todo lo que le pedirías a un título de este estilo. Personalización de personaje y escenario, misiones de recadero, cocina, miles de objetos de las principales películas Disney, y una ingente cantidad farmeo de recursos a base de pescar, minar menas de minerales y cultivar tu propio huerto de frutas, verduras y hortalizas.

Es difícil llegar a Disney Dreamlight Valley encontrándote algo distinto a lo que probablemente esperabas, así que hasta ahí todo bien, pero lamentablemente a menudo se olvida de que la idea de diseño acogedor tiene ese nombre por algo.

Una aventura a medio cocer

Las primeras sensaciones, pese a positivas y concordantes con lo que uno podría esperar de un juego así, sí resultan más frías de lo normal. A todas luces Disney Dreamlight Valley parece el típico juego de móviles free-to-play venido a más sin ser en realidad nada de eso. Es en realidad un juego como servicio de pago que, por suerte, también podéis disfrutar en Xbox Game Pass.

Por su control tosco, cámara endiablada y preocupantes problemas técnicos -he perdido la cuenta de las veces que he tenido que reiniciar el juego porque se atascaba en alguno de sus menús-, Disney Dreamlight Valley está lejos de la ambición que muchos augurábamos para un proyecto tan prometedor.

Sin embargo, pese a la ilusión inicial y no pocos tropiezos, la idea de estar ante un Acceso Anticipado que debería durar medio año para alcanzar su versión final en 2023, es capaz de calmar las aguas. Piensas que, por su condición, allí donde falla puede terminar siendo un juego mucho más pulido en apenas unos meses.

Lamentablemente conforme pasaban las horas todo aquello demostraba ser en realidad el menor de sus problemas y, al descubrir cómo poco a poco se atascaba en su propio bucle de conseguir recursos, descubrir nuevos personajes, abrir puertas a más biomas y mejorar la aldea, resultaba estar lejos de ser el juego que esperaba disfrutar con mis críos.

El farmeo en Disney Dreamlight Valley

Tal vez demasiado pronto, el recoger cinco palitos para construir algo que demandaban Mickey y compañía se convierte en un farmeo excesivo de recursos que asciende a 50 palitos de un color y otros 50 de otro, lo que sumado a su ciclo de día y noche en tiempo real, con el correspondiente agotamiento de recursos y la espera a que el escenario vuelva a llenarse de ellos, resultaba de lo más frustrante.

Lo de tener que esperar en exceso para poder continuar es algo con lo que tampoco casaba en Animal Crossing, todo sea dicho, pero allí era un proceso mucho más calmado en el que el juego no te bombardeaba con todo lo que te quedaba por hacer.

Aquí, en cambio, el querer llevar la idea un punto más allá con infinidad de materiales, gemas y recetas distintas, no tarda en hacerse muy cuesta arriba. Sumado a la falta de explicaciones y el llegar a la veintena de horas sin saber aún cómo conseguir ciertos materiales, terminó convirtiendo esa primera ilusión y mi intención de atenuar sus problemas técnicos en una experiencia poco amigable.

En uno de los puntos de su trama principal incluso llegué a quedarme completamente atascado durante varias horas por no poder conseguir uno de los recursos -malditos fragmentos de sueño- que necesitaba para deshacer una maldición en la que casi todos los personajes se quedaban encerrados en sus casas, imposibilitando así el poder completar misiones para las que ya tenía todos los recursos necesarios.

Finalmente descubrí que dando de comer su comida preferida a los distintos animales que rondaban por allí podía hacerme con el ansiado recurso, pero para entonces los continuos reinicios y la imposibilidad de avanzar y abrir nuevas áreas para despejar mi cabeza de esa tarea ya me había puesto de culo. Me resultaba imposible imaginar a mis críos estampándose contra ese muro y consiguiendo salir de él por su propio pie.

Un ritmo que necesita mejorar

Superada la crisis y permitiéndome volver a mi cosecha de alimentos y venta de piedras preciosas, poco a poco pude continuar avanzando en sus incontables encargos hasta descubrir que, justo aquellos mundos que hasta el momento había evitado para focalizarme en los que realmente me interesaban -Frozen, te estoy mirando a ti-, escondían la clave para aligerar la carga que me seguía atormentando a base de conseguir palitos.

La total libertad que ofrece el juego desde su inicio de cara a desbloquear unos y otros biomas y mundos Disney, sosos y faltos de personalidad los primeros, y terriblemente escasos y pequeños los segundos (Ratatouille, Vaiana, Wall-E y Frozen), pueden generar problemas al inicio que en realidad no son tal cosa.

Durante mis últimas horas y con el juego muy avanzado descubrí que, al llevar a Anna y Elsa hasta la aldea, se me abría la posibilidad de mejorar la pala que, aunque hasta entonces sólo me servía para desenterrar unos cristales relativamente inútiles, ahora me permitía desenterrar tocones que lanzaban una decena de palitos por los aires.

Podéis imaginar mi sonrisa al descubrir que aquello de recoger palitos uno a uno junto a los árboles se había terminado, pero pese a haber cierta reconciliación con el juego y sumarse algo de esperanza con lo que podía estar por venir en materia de farmeo, el llegar hasta allí había sido un camino demasiado tortuoso y pesado como para querer obviar o difuminar sus problemas en este texto.

Un proyecto ilusionante con mucho camino por delante

En mi cabeza, Disney Dreamlight Valley apuntaba a ser una experiencia calmada, reconfortante y creativa. Uno de esos juegos a los que acercarte poco a poco para ir avanzando sin prisa pero sin pausa. Pero a la exigente demanda continua de los mismos recursos, y los tediosos e innecesarios paseos de aquí para allá, incluso contando con la posibilidad de moverte con viaje rápido entre mundos y biomas, había conseguido arruinar gran parte de la experiencia.

Pese a ello, pese a cruzarme con prácticamente todo lo que me hace renegar de juegos como este, debo reconocer que la intención de continuar la aventura sigue viva, y las ganas de ver hasta qué mundos llevan todas esas puertas del castillo Disney que quedan por abrir no han decrecido.

Lástima que en esta primera incursión la sensación de haberse alargado artificialmente el número de horas disponibles acabe pesando tanto, que los distintos pero pobremente inspirados biomas terminen siendo poco más que una excusa para encerrar recursos tras barreras, y que algunos de esos mundos externos sean tan limitados como un simple zulo en forma de cocina parisina.

Cuando la ilusión desmedida choca con la falta de ambición suceden estas cosas, claro, pero llegados a este punto, y tras los no pocos problemas técnicos y de ritmo con los que me he cruzado, la posibilidad de soltar aquí un "no es por ti, es por mi" queda completamente descartada.

Disney Dreamlight Valley puede llegar a ser un gran juego y un digno rival de Animal Crossing, pero aunque tiene ese objetivo enfrente de sus narices parece que aún no se ha percatado de ello. Ojalá lo haga, porque ahora mismo nada me haría más feliz.

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