Justo antes de empezar a jugar estaba en un punto muy similar al de Anno 1800. Estoy ante un videojuego que me gusta muchísimo, con unas mecánicas complejas y profundas que son precisamente lo que me hacen estar enamorado de él, y sin embargo voy a enfrentarme a una reconversión de la idea en la que han transformado uno de mis videojuegos favoritos en un juego de mesa.
Por lógica debería ser a la vez algo distinto, pero entonces ya no sería mi juego favorito, ¿no? Ocurrió con Anno 1800 y ha ocurrido con Frostpunk. He quedado encantadísimo con la genialidad que se han sacado de la manga para transformar un magnífico videojuego en un desafiante juego de mesa.
Un juego mastodóntico
Con una de esas cajas enormes que asustan sólo con verlas por todo lo que vas a tener que destroquelar y montar antes de iniciar tu primera partida, Frostpunk se nos presenta en realidad con un acercamiento muy similar al que teníamos en el videojuego.
Debemos construir una ciudad a la vera de un horno gigantesco que nos mantiene con vida en un apocalipsis nevado, pero también lidiar con todo lo que ello conlleva: viajar en busca de recursos, promover leyes que puedan terminar pasándose por el forro lo que entendemos como moralmente correcto, mantener vivo el horno y lidiar con sus averías, y enfrentarnos a los muchos desafíos y pocas alegrías que nos deparan tanto el mundo exterior como nuestros propios aldeanos.
No hay hueco aquí ni para mentiras ni para rebajar el vodka con agua. Enfrentarse por primera vez con el manual de Frostpunk se antoja duro. Hay mucho por aprender, muchas cosas a tener en cuenta, y un buen puñado de variables con las que muy probablemente tendrás que acudir al libreto para cerciorarte de que lo que lleváis haciendo durante los últimos turnos era realmente lo correcto. También un buen puñado de escenarios completamente detallados esperando a ser jugados, todo sea dicho.
En cualquier caso, es el peaje a pagar por un bucle jugable que, en realidad, una vez le pillas el truco terminas interiorizando sin demasiados quebraderos de cabeza. Empieza el día, coges una carta de eventos, regulas la temperatura del horno, decides qué hacer con tus aldeanos y con tus recursos, te enfrentas a desafíos, y lidias con lo que sea que te llegue de forma inmediata o se te pueda complicar al día siguiente.
Tan recomendable en juego de mesa como en videojuego
Por la facilidad de montarte a placer un buen puñado de tableros con los que organizarte la partida, para Frostpunk bastará una buena mesa y un puñado de minutos para que todos los que estáis jugando en cooperativo os terminéis haciendo con el bucle de jugadas y acciones que requiere cada turno.
Y a partir de ahí, por supuesto, toca lidiar con lo que ya era un juego muy difícil de forma virtual, y que aquí no afloja lo más mínimo a la hora de generar enfermedades y lidiar con situaciones que, tarde o temprano, incluso nos pondrán entre la espada y la pared a la hora de decidir si los niños de nuestra ciudad tienen que terminar trabajando también o no.
Tal y como decía al principio, es curiosa esa dualidad que tienes antes de jugar en la que piensas que, por los automatismos que ya te da el propio videojuego, y como un mundo virtual puede llegar a escalar muchísimo más que un montón de cartones, te planteas hasta qué punto tiene realmente sentido crear un juego de mesa de algo tan complejo.
Pero el caso es que Frostpunk, como ya lo era Anno 1800, es en realidad una vuelta de tuerca. Un mismo concepto que, sin perder su esencia y lo que le hacía especial, es capaz de acercar una aventura, unas mecánicas y un reto a compañeros de mesa que de otra forma no lo conocerían. Ahora ya saben qué es Frostpunk, un juegazo tanto en formato virtual como en juego de mesa.
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