Generalizar no sólo está feo, también en muchas ocasiones acaba alejándose de la realidad. No pretendo hacerlo aquí porque hay casos y casos y cada persona es un mundo, pero creo que mi vivencia se corresponde, en mayor o menor medida, con lo que la mayoría de nosotros hemos vivido durante nuestra etapa como jugadores.
Me toca de cerca por tener un hermano pequeño y haber visto reflejado en él las mismas conductas por las que yo pasé en su día, cómo la edad cambia nuestra forma de jugar, nos hace mejores jugadores y modifica la forma en la que jugamos. Precisamente por eso, dime qué edad tienes y te diré cómo juegas.
Juegos, juegos y más juegos
Hoy en día los niños nacen con un dispositivo electrónico bajo el brazo, ya sea un teléfono móvil o una videoconsola, así que su habilidad con los controles empieza a dominarse mucho antes. En nuestra época (finales de los ochenta para el que escribe estas líneas) era distinto. Si tenías más de una consola antes de los cinco años ya era un lujo, y no hablemos del número de juegos, porque uno fácilmente te podía durar un año.
Frente a esa escasez mirabas las colecciones de tus amigos (que podían ser de dos o tres juegos más que la tuya, no mucho más) y alucinabas si había algún juego que no habías probado. Puede que fuese una mierda, pero era distinto a lo que tú tenías, un mundo nuevo al que agarrarte durante la tarde que estuvieses en su casa.
No sería de locos afirmar que, por su dificultad, la mayoría de tus juegos nunca llegaban a mostrar los títulos de crédito. Ahora ocurre más o menos lo mismo, pero no por falta de habilidad a los mandos sino por el enorme catálogo al que se tiene acceso, que provoca que antes de terminar uno ya estén saltando a otro. Así, la niñez no entiende de calidad, sino de cantidad, y todo lo que llegue nuevo será como un nuevo advenimiento de Cristo.
Ganar lo es todo
Seguimos creciendo y llegamos a la adolescencia, donde la cantidad de juegos sigue siendo algo importante pero no más que el ansia de victoria, de conseguir convertirte en el macho/hembra alfa de la tribu, como ya pronosticaron los humerios.
Ganar marca la diferencia, y aunque tengas decenas de juegos esperando a ser disfrutados, tu única meta es conseguir pasarle por la cara a tu amigo que tu puntuación en 'Tony Hawk' puede ser mayor.
Da igual que alcanzar ese reto sea un peñazo de proporciones gargantuescas, a partir de ese momento ese será tu único objetivo.
Es ese momento en el que los niños rata de hoy en día necesitan ganar a 'Call of Duty' a cualquier precio, aunque eso suponga quedarse en una esquina durante horas a la espera del primer feliciano que pase por allí mirando qué bonito es el paisaje. Es esa etapa en la que dedicas gran parte de tus horas de estudio a superar 'Final Fantasy VII' al 100% porque tu mejor amigo (que no tiene el juego pero lo tiene en un alquiler permanente que acabó costando más que el desarrollo del juego, y esto es totalmente verídico) ha alcanzado el éxito. Es la época de ganar y decir "pues yo más".
Me basta con pasar un buen rato
Con el tiempo empiezas a peinar canas (si tienes la suerte de mantener el pelo, claro) y tus prioridades cambian por completo. Sigues siendo jugador y mantienes ciertos vicios de niñez y adolescencia, por lo que sigue ahí el vicio de acumular el mayor número de juegos posibles y, tontos tampoco somos, también buscas la victoria.
Pese a ello todo eso no deja de ser algo secundario. Ahora te basta y te sobra con encontrar una tarde sin lavadoras o críos para sentarte frente al televisor o el PC y disfrutar un rato de ese juego cuya vida llevas alargando desde hace eones.
Te alegrarás al ganar en una partida multijugador, claro, pero también disfrutarás de los ataques de risa provocados por la muerte que acabas de vivir en primera persona (probablemente la tuya a manos de un niño rata).
Es el momento en el que todo se une para dar vida a una nueva forma de jugar, la de disfrutar la belleza de los escenarios, la historia que te están contando y a la que estás parando atención, la de dominar una mecánica a la perfección porque, ya que estás jugando, al menos hazlo bien.
Esa época en la que, arropado por la nostalgia, superas aquellos juegos que quedaron pendientes en la niñez y vuelves a disfrutar de los retos de la adolescencia desde una óptica completamente distinta. Ahora tú y los videojuegos sois como un matrimonio. Tenéis vuestras desavenencias, pero sabes que al final vas a acabar perdonándoselo todo porque es el amor de tu vida. Tu más fiel compañero.
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