El drama del pinball en Nueva York: cómo una jugada fortuita terminó con más de 30 años de prohibición en la Gran Manzana

El drama del pinball en Nueva York: cómo una jugada fortuita terminó con más de 30 años de prohibición en la Gran Manzana

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Pinball

Todos nos hemos paseado alguna vez por una sala de recreativas. Un espacio que ya pertenece al pasado, pero que nos maravillaba con la cantidad de máquinas arcade que había en cada rincón. Los últimos videojuegos aparecían ante nosotros para que nos dejásemos todo el dinero del bolsillo jugando, pero había un juego que siempre estaba presente: el pinball.

Un divertimento que se remonta hasta el siglo XVIII en Francia donde recibía el nombre de Bagatelle. El funcionamiento era muy similar al actual, con un tablero horizontal que premiaba con diferentes puntuaciones el lugar en el que la bola se detuviese. Había topes de madera que pasaron a ser metálicos en el siglo XIX en Estados Unidos, donde comenzaron a cosechar una popularidad inusitada. Tal fue la cantidad de pinballs en el país que un alcalde dijo basta y las prohibió durante 30 largos años.

Un negocio suculento

Año 1930. La Gran Depresión ha supuesto el mayor revés económico en toda la historia del país norteamericano y las posibilidades monetarias para gastar en ocio son escasas. Por ello, el carpintero Arthur Paulin decide crear una suerte de Bagatelle con un cristal para regalarle a su hija, pero eso solo fue el principio de un futuro de ganancias. Los críos del vecindario se arremolinaban alrededor del aparato para jugar, así que Paulin tomó la decisión de comenzar a cobrar por partida.

Con la ayuda de varias personas del pueblo, construye el whiffle, un pequeño sistema que permite la recolección de monedas y la devolución de la bola para poder jugar otra vez. Así pues, la fama del aquella máquina comenzó a extenderse y en todos los lugares de los Estados Unidos se podía encontrar una para jugar. Un jugoso negocio para muchos establecimientos, pero aquello no contentaba de ninguna forma a Fiorello LaGuardia.

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El por entonces alcalde de Nueva York comenzó una intensa campaña para asociar el pinball con las apuestas, asegurando que hablábamos de beneficios mafiosos. Su postura se sostenía en declaraciones realmente incendiarias. Así se expresó en una carta emitida a la Corte Suprema sobre el asunto:

"El pinball es una estafa dominada por intereses fuertemente contaminados con la delincuencia. Roba de los bolsillos de los escolares en forma de cinco centavos y diez centavos que les dieron como dinero para el almuerzo"

Y es que hay que tener en cuenta que los flippers, las palas para golpear la pelota, no se habían inventado hasta ese momento. No llegarían a ver la luz hasta el año 1947, así que todo se reducía a una cuestión de azar respecto al resultado en cuanto el jugador lanzase la pelota. El factor de habilidad no entraba en juego, lo cual acentuó ese caracter de apuesta que rodeó al pinball por aquellos tiempos.

Puro juego de azar

Por si fuera poco, la asociación con el crimen organizado parecía más que evidente. La Ley Seca estadounidense prohibía la venta de alcohol, por lo que la mafia encontró una vía más sencilla de ingresar capital sin miradas ajenas a través de los pinball. Tampoco ayudaba el hecho de que el principal fabricante de pinball del país estuviese en Chicago, ciudad ampliamente conocida por sus capos. Por otro lado, un modelo llamado de pinball llamado Rocket premiaba a los jugadores que alcanzasen las puntuaciones más altas y dicha función podía activarse con un botón dependiendo del estado en el que se encontrase la máquina.

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Las instituciones religiosas, organizaciones en contra del juego y diferentes estamentos comenzaron a rechazar todavía más los pinball. Además, muchos establecimientos rebajaron el precio para jugar de cinco centavos a tan solo un centavo. El problema es que modificaban sus tarifas durante las horas en los que los niños y jóvenes salían o entraban en las escuelas. Laguardia temía que comenzasen a faltar a la escuela para sencillamente ir a jugar.

La lucha se mantuvo hasta que poco después del ataque a Pearl Harbor, la prohibición del juego fue efectiva en Nueva York. El 21 de enero de 1942 se prohibieron los pinball en la región, por lo que la redada de la policía contra los aparatos fue total. En plena Segunda Guerra Mundial, LaGuardia tuvo claro que era "infinitamente preferible que el metal de estos malvados artilugios se fabricara en armas y balas que se pueden usar para destruir a nuestros enemigos extranjeros".

Se confiscaron 3.000 máquinas -una quinta parte de las estimadas de toda la ciudad- que se destruyeron para conseguir una tonelada de metal que se usaría como recurso bélico. Para demostrar su poder frente a tan terroríficos instrumentos, Laguardia se bañó en fotos de la prensa de él destruyendo pinballs con un mazo enorme. Así pues, no quedó más remedio que el mercado clandestino entre tiendas de pornografía en barrios como East Village y Harlem.

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La jugada de todos los tiempos

Los Angeles, Chicago, Milwaukee y Nueva Orleans decidieron seguir los pasos de Nueva York, mientras que en Washington D.C. únicamente se prohibió su uso durante el horario escolar. Los años se sucedieron y nada cambió a nivel legislativo, pero hubo una modificación fundamental para esta historia: los flippers.

Efectivamente, las palas para rebotar aparecieron en 1947 y fue el principal argumento de Roger Sharpe para levantar la prohibición. Un joven editor de una revista logró demostrar antes los funcionarios del gobierno de los Estados Unidos que, gracias a los flippers, el pinball ya no podía ser considerado un juego de azar. Sin embargo, no lo tuvo nada fácil para realizarlo.

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Sharpe se había preparado su demostración en el ayuntamiento de Nueva York con la máquina El Dorado. El obstáculo llegó con el cambio que introdujo uno de los miembros del tribunal, el cual cambió a otra máquina llamada Bankshot. Sharpe se armó de valor y aseguró que esa modificación de última hora no era un impedimento para demostrar su visión.  Aseguró que la pelota realizaría un movimiento, gracias a su intervención, que terminaría con la pelota en el carril central del pinball. Sea suerte o habilidad, lo cierto es que la bola terminó en ese punto exacto.

Por tanto, la destreza pasaba a primar para jugar y la AMOA (Asociación de Operadores de Entretenimiento y Música) expresó en 1976 que el pinball era un juego de habilidad. "Podrías llamarlo habilidad o intervención divina, pero la pelota se fue por ese carril, y eso fue todo", expresó Sharpe aquel día. Un solo tiro suyo derribó 34 años de prohibición en la Gran Manzana.

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