'Final Fantasy VII'. Retroanálisis

'Final Fantasy VII'. Retroanálisis
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El clásico miedo a la página en blanco se acentúa aún más cuando toca hablar de un juego que ha supuesto tanto, no sólo para los jugadores, sino también para la industria. No me corresponde a mí dictar si ‘Final Fantasy VII es uno de los mejores títulos de la historia, como tampoco afirmar que es el mejor de la saga, pero sin embargo sí puedo decir que es uno de los juegos que recuerdo con más cariño, y ahí sí que creo que estamos casi todos de acuerdo.

Puedes acordarte de sus gráficos, de su música, de su historia, incluso de su sistema de combates y materias, pero lo que prevalece por encima de todo son las experiencias. Momentos que por una razón u otra se quedan grabados a fuego en tu mente. Lejos de centrarme en los aspectos que todos conocéis me centraré en eso, mi propia experiencia, de la misma forma que espero que vosotros lo hagáis en los comentarios.

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Final Fantasy VII, amor a primera vista

Ya habían corrido ríos de tinta cuando yo, de pequeño y sin saber ni papa de inglés, me embarqué en la curiosa aventura de superar la versión de GameBoy de ‘Final Fantasy II: Legend’. Sobra decir que me movía por impulsos, traduciendo mentalmente los nombres de las armas basándome en dibujos y animaciones del juego. No recuerdo con exactitud todo lo vivido, pero sí sé que aquél juego me marcó profundamente.

Fue mi primer acercamiento a la saga RPG, pero no el último, por lo que para la llegada de ‘Final Fantasy VII a PlayStation tras sus escarceos con Nintendo, mi expectación estaba por las nubes. De eso hace ya 15 años, y lo vivido a continuación acabó resultando mejor de lo esperado.

Los medios especializados de la época hablaban de una joya que conseguía aunar todos los aspectos básicos de un juego hasta convertirlos en obra maestra. Gráficos, sonido, historia y mecánicas eran lo suficientemente memorables como para convertir en mito a ‘Final Fantasy VII, y su popularidad acabó consiguiendo que el singular género se ganase un hueco entre la masa de jugadores occidental, más acostumbrados por aquél entonces a disfrutar de otro tipo de entretenimiento.

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Conociendo su pasado

Mi situación era bien distinta. Las tardes de estudio en casa de los amigos se convirtieron en una cita ineludible en la que, en su gran mayoría, los títulos de ‘Suikoden’ y las aventuras menos comerciales eran nuestro pan de cada día. Aún se hace difícil pensar que conseguía aprobarlo todo con notas altas metido en semejante berenjenal.

Salió el juego y, sin un duro en el bolsillo, acabamos aprovechándonos del más loco de la clase. Un amigo perdido con el paso del tiempo que aprovechaba sus pagas semanales para alquilar el juego. Cada día. El gasto era notable, más aún que haber esperado a ahorrar para conseguir el juego por su precio original, pero era ‘Final Fantasy VII, y no iba a ser yo el que le dijese lo que debía hacer con su dinero, perdiendo además la oportunidad de poder acercarme al juego una tarde tras otra. Lo lógico sería que le invitase a comer un día, así que si por casualidad acaba leyendo este texto espero que no dude en ponerse en contacto conmigo.

Los acercamientos al juego eran fugaces, y acabábamos perdiéndonos la mitad de las sorpresas y momentos memorables, así que estuve bastante tiempo sin poder disfrutar de su magia en conjunto. Sin embargo, entre comentarios y partidas guardadas antes de un momento cumbre, íbamos adentrándonos poco a poco en la historia de SHINRA, del grupo Avalanche, de Cloud, Tifa, Aeris, Barrett, Red XIII, Cid, Yuffie, Vincent, Cait Sith… Personajes que por alguna extraña razón consiguieron enamorarnos.

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Una historia para enmarcar

La clave la tenía un guión denso, de esos en los que tienes que atender hasta en el más mínimo detalle, una historia que iba más allá del chico salva a chica acabando con el malo. Aquí ni los buenos eran tan buenos ni los malos tan malos, pero la profundidad de cada uno, recorriendo el mundo en busca de sus orígenes, acababa siendo tan atrayente como simplemente limitarte a jugar para acabarlo. De hecho temías que eso llegase a pasar algún día.

La entrada en escena de Sefirot, apoyado casi siempre por unas escenas cinemáticas soberbias, de esas que nos hacían soñar con el día en el que los videojuegos en totalidad se viesen así de bien, supuso la guinda a un pastel de muchas capas que pide a gritos ser devorado lentamente, aunque eso supusiese tirarte toda una tarde corriendo en las carreras de Chocobos a la espera de conseguir dar con la clave para hacerte con el mítico pájaro dorado que te brindase la invocación de Caballeros de la Mesa Redonda.

Más allá de su historia, mundialmente reconocida, lo que nos empujaba a seguir jugando era que siempre había algo que hacer, mucho antes de que la llegada de los sandbox convirtiesen la variedad en una mecánica de juego. Podías continuar el curso natural del juego, dedicarte a criar chocobos, subir de nivel luchando en las praderas, darte un paseo por Gold Saucer y perder el tiempo en sus máquinas recreativas, buscar nuevos personajes que se unan a tu pequeño ejército, encontrar sus armas finales…

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Siéntate y disfruta, te espera un largo recorrido

Superar el juego, sin más, llevaba unas 40 horas de juego. Disfrutarlo al máximo, exprimiendo cada una de sus posibilidades, demandaba casi más de 200. Y lo dice alguien que colaboró en una de esas míticas partidas que pasaban de mano en mano en la que, a las puertas de la última batalla, todo estaba completado al 100%, con todas las armas conseguidas y las materias duplicadas para que cada personaje pudiese disfrutarlas.

Y en ese punto llegamos a otro de los elementos que ha quedado para la posteridad, el de las materias. Un sistema de evolución de magias e invocaciones que nunca ha vuelto a mejorarse, siendo tremendamente fácil, pero no aburrido, decidir el curso y evolución de cada personaje y sus habilidades.

Ahora, con el paso de los años, te plantas frente al juego y te sigue gustando lo que ves, aún siendo consciente de que el salto gráfico ha acabado afectando incluso a aquellas bellas cinemáticas. Pero puede que el efecto de la nostalgia haga demasiada mella, algo de lo que me percaté con el simple hecho de iniciar el juego o encontrar mis partidas guardadas en una vieja Memory Card.

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Final Fantasy VII ¿un juego válido para todos?

Había que ir más allá, y sentar frente a la pantalla a un iniciado en los videojuegos que no viviese aquella época parecía la mejor forma de plantarle cara al asunto. El experimento funcionó igual de bien que una rueda pinchada. Rueda, pero hay que darle empujones de vez en cuando. Era más que previsible la reacción ante los gráficos, pero no esperaba participar en una sinfonía de carcajadas cada vez que los errores ortográficos de la traducción salían al paso.

La prueba duró hasta el final del primer disco, y como podéis imaginar el evento que ocurre en esa etapa fue suficiente para un “¿seguimos?“ que me supo a gloria. Puede que la pendiente o algún soplo de aire hubiese llevado a la rueda pinchada hasta ese punto tarde o temprano. En realidad sólo con las críticas del juego creo que más de uno se aventurará a probarlo ahora o en el futuro.

No lo harán basándose en los spin-off, películas y demás propaganda empresarial saca cuartos, entre otras cosas porque lo que mejor vende a ‘Final Fantasy VII son las experiencias vividas. Ahora os toca a vosotros venderme el juego en los comentarios, no os cortéis con la extensión, por favor.

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