Sifu le metió un guantazo de época a mi orgullo: pasé de un cabreo monumental a ver que me engañaba a mí mismo

Sifu le metió un guantazo de época a mi orgullo: pasé de un cabreo monumental a ver que me engañaba a mí mismo

Sin comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail
Sifu

Cuando se anunció la lista de los nominados a The Game Awards 2022 hubo mucho debate sobre si Sifu es un juego de lucha, si merecía ser GOTY y que el trato era injusto. Tras haberlo catado de arriba a abajo durante estas Navidades, ya tengo mi propia respuesta: el juego es cojonudo.

La obviedad es absoluta y no me sorprende haber llegado a esta conclusión habiéndole dedicado casi 20 horas, pero lo que sí me ha llamado la atención es que el primer puñetazo al riñón me lo metió Sloclap. Instalé el juego en mi PS5 el lunes de la semana pasada y me enfadé con él, aunque todo era una mentira, ya que en realidad con quien debía estar enfadado era conmigo mismo.

Aprende de los errores

He estado muy de acuerdo desde siempre con que lo más importante es el número de veces que te levantas, no el número de veces que te caes. Un mantra fabuloso que se puede aplicar en cualquier aspecto de la vida, aunque es mucho más fácil decirlo que llevarlo a cabo. ¿Qué sucede cuando el muro que tienes delante parece insalvable? En mi caso, me acabo frustrando.

El tutorial del comienzo es fácil de superar, con unos enemigos que son poco menos que espantapájaros y con todas las instrucciones en pantalla para llevarte de la mano. Te sientes invencible, aún a sabiendas de que no puede ser todo tan sencillo. Con todo, si estás cómodo con las bases del juego, a partir de ese punto solo consiste en progresar. O eso dice la teoría.

El problema surge cuando apareces en la zona okupa y comienzas a ver asperezas en tu forma de jugar. No hay ninguna regla que diga que has de hacer todo perfecto, que los parries deben ser exactos o que los combos tienen que ser dignos de la WWE, pero sabes que no es la mejor partida posible. Me sucedía lo mismo con Uncharted 4, un título en el que el jugador "debe" poner de su parte para que las escenas sean un festival de fuegos artificiales.

Sifu

Es como poner una película de Van Damme repartiendo galletas por doquier y uno de cada tres movimientos los hace mal; pierde la gracia. Sin demasiados alardes y con la mosca detrás de la oreja, me planté en el club y ahí fue el acabose. Siempre he detestado esa forma de soltar la rabia en forma de golpes, pero bien sabe mi sofá que no me pude contener. ¿Cómo me puede suceder esto a mí, que me he pasado tantos juegos? Pues lo estaba viviendo.

Sifu es complejo y su puerta de entrada no es sencilla. Está a kilómetros de distancia de ser un título al que un amigo aleatorio pueda jugar una tarde en mi casa. Me estaba alejando de la experiencia del kung-fu hasta que la cabeza me hizo clic.

Be water, my friend

Mira que le he escuchado la dichosa frase a Bruce Lee y no la interiorizaba ni a tiros. No es que las acrobacias no fluyesen o que los golpes a mi riñón fuesen más de los que me gustaría, es que yo no me adaptaba. Tal y como se suele decir en referencia a los simpáticos Souls, "es que el juego no es difícil, es exigente". Pues la exigencia me estaba pasando por encima.

La raíz del problema eran los esquives, ya que me obsesionaba con que no me tocasen ni un solo pelo los esbirros. La decisión final fue meterse en el área de entrenamiento con la convicción de no salir de allí hasta que lograrse darle una paliza a todos los sparrings. No se cuantas horas pasaron desde que metí el disco de Sifu hasta el momento en el que me dieron el diploma de sensei, pero se sintieron como demasiadas.

Sifu

Todo cambió a partir de ese momento. Seguía recibiendo golpes, pero con menos frecuencia. No atacaba de forma tan furibunda; los movimientos eran más calculados. Alcancé un placer que creía que se me escapaba entre las manos y pasé a superar niveles casi sin despeinarme. Ya me podía deleitar con lo suave que se siente todo, con el bello diseño visual o con el diseño de niveles.

Sin embargo, Sifu volvió para asestarme una colleja necesaria. Evidentemente me planté en la torre con 62 años y llegar a partirle la cara al jefazo final con esa edad no es ni mucho menos viable. Y esa es una de las herramientas más poderosas que ha incluido Sloclap, pues el aumento de la edad es una forma de decirte: "te crees bueno, pero todavía no sabes jugar".

Ya sabéis, es lo mismo que cuando te sacas el carnet de conducir en la autoescuela y te dice todo el mundo que solo sabes circular, pero que luego aprenderás a conducir. La rejugabilidad no llega en cuanto terminas el título, está implementada de forma orgánica para que pulas hasta el extremo cada nivel. Si lo consigues, acabarás cada escenario con mucha menos edad y ese es el indicativo ineludible de que has mejorado.

Sifu

Los bates me parecían armas nucleares en la mano, los muebles eran coberturas idóneas y todo cobró sentido de forma natural. Aprendí de mis errores, sin ninguna duda. Tanto he abrazado la experiencia de Sifu que me he sacado el platino, exprimiendo al máximo cada rincón de esos cinco niveles tan exquisitos.

También he tenido tiempo para darme cuenta de que puede que sea mi nuevo juego recurrente cada vez que encienda la PS5 y por eso me estoy relamiendo con la actualización Arenas para marzo. No creo que sea el mejor juego de 2022 pero, a diferencia de mí, sus creadores sí que pueden henchirse el pecho de orgullo.

Comentarios cerrados
Inicio