Un año después, lo mejor de Sea of Thieves siguen siendo las historias que puedes contar

Un año después, lo mejor de Sea of Thieves siguen siendo las historias que puedes contar

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Sea Of Thieves

Tras hablar con los personajes que en ella habitan y activar las nuevas aventuras, salgo de la maloliente taberna y decido dar un paseo. Hace mucho que no piso la isla y voy en busca de novedades. Entro en las tiendas de los distintos vendedores. Tienen muchos objetos, muchísimos. No recuerdo si la última vez que les hice una visita tenían tanto género. Es probable, pero decido que no. Yo qué sé.

Le doy una vuelta entera al puesto de avanzada antes de iniciar la búsqueda que detalla el nuevo cuaderno de notas. Esa que, finalmente, me llevará hasta Golden Shores. Aparentemente, nada ha cambiado por aquí. Veo las mismas caras. Veo también mi barco, listo para surcar los mares y enfrentarnos a todo tipo de peligros. Sin darme cuenta he estado deambulando por la arena el tiempo suficiente como para que se haya hecho de noche. Y entonces aparece un barco dos veces más grande que el mío rodeando la isla. Glups.

No sé si es un barco lleno de esqueletos controlados por la máquina o por otros jugadores. Doy por hecho que lo segundo: algo me dice que los barcos de la IA en Sea of Thieves no se acercan así a una isla ni echan el ancla tan alegremente. Con menos visibilidad de la que me hubiera gustado, me acerco a una roca que tengo delante para esconderme. Antes de asomarme para echar un vistazo escucho el primer cañonazo: quieren hundir mi pequeño barco. La oscuridad de la noche y la distancia que hay entre esos malvados piratas y yo no me permite ver con claridad cuántos son. Ellos siguen disparando sus sucias balas de cañón. Están decididos a destrozar mi balandro.

Pero no me han visto. Sigo escondido tras la roca. Pongo atención a los sonidos y me asomo de vez en cuando: no quiero que me sorprenda ninguno de ellos a nado. Valoro mis opciones. Básicamente son dos: esperar a que se cansen y se vayan, probablemente tras haber destrozado mi embarcación, o contraatacar a riesgo de morder el polvo. Lo cual, a estas alturas, tampoco me parece un drama: no tengo nada que perder.

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Salgo de mi cobertura por el lado izquierdo de la roca. Mi barco está a la derecha, por lo que supongo que los piratas están concentrados en él y no me verán. Echo a nadar hacia ellos. Ahora han dejado de disparar, pero no oigo nada más allá del sonido del mar y el crujir de la madera. Sigo nadando. Mi corazón late a toda velocidad. ¿En serio va a salirme bien esta suerte de emboscada improvisada? Si sólo hay un pirata a bordo, probablemente sí. Si hay más de uno, estoy muerto. Creo.

No puedo subir por la escalera que hay en la cara del barco que tengo delante o me pillarán, así que doy un rodeo y subo por la del otro lado. Lo hago lentamente. Me asomo. Veo a un jugador al lado del cañón. No está disparando. Ni siquiera lo sujeta. Está parado y mirando ligeramente hacia donde estoy yo. Pero no hace nada. Bajo un par de peldaños, espero dos o tres segundos y vuelvo a subirlos para asomarme de nuevo. Sigue ahí, inmóvil. No he escuchado chapoteos ni pasos. Si va acompañado, no tengo ni la menor idea de dónde están los otros. ¿Irá solo? Qué diantres: subo al barco y me planto delante suyo.

No me hace ni caso.

Podría sacar el sable y acabar con él sin más. O dispararle en todo el pecho a quemarropa. Al fin y al cabo, hace un minuto estaba destrozando mi barco a cañonazo limpio. Pero, tras echar un ojo a la cubierta para descartar la presencia de más jugadores, decido ponerme a bailar en sus narices. Supongo que no me está viendo. Me pregunto si, justo después de haber estado un rato disparando a mi balandro sin compasión, la llamada de la naturaleza habrá reclamado su atención de forma urgente.

Entonces recibo un balazo.

Otro jugador ha aparecido detrás del primero a escasos metros y ha decidido abrir fuego mientras yo bailaba. Me lanzo rápidamente al agua y echo a nadar por debajo de la superficie hacia la isla para que no me pueda ver bien. Sigue disparando. De vez en cuando me giro para ver si alguien me sigue, pero solo veo las balas atravesando el líquido. Y entonces escucho una voz: “Hello?”. Vaya, lleva micro. Y tiene pinta de tener 10 años. Es raro intentar entablar conversación con un desconocido mientras le disparas, así que quizás el que habla es el otro, el pasmarote. “Hello?”. No puedo responder y los balazos no ayudan, así que sigo a lo mío.

El del micro dice algo más que ahora mismo no recuerdo, pero sí sé que era algo amigable. Llego a la orilla y me escondo tras una roca. Me asomo. Ninguno de ellos me ha seguido. Han decidido levar el ancla y marcharse. Mi barco está dañado, pero no hundido. Es una pena que la situación haya acabado así. Hubiéramos podido hacer buenas migas. Y buscar tesoros juntos.

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