Ni princesa ni guerrera, la auténtica Zelda murió consumida por las drogas y el fuego tras una vida dedicada al baile y la escritura

Ni princesa ni guerrera, la auténtica Zelda murió consumida por las drogas y el fuego tras una vida dedicada al baile y la escritura

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Zelda Tears of the Kingdom

Muchos conocemos al dedillo la historia de cómo el siempre eterno Robin Williams decidió llamar a su hija Zelda inspirado por el juego de Nintendo, pero lo que no tanta gente conoce es que ese salto, del videojuego nipón a la farándula estadounidense, empezó también en sentido inverso.

El nombre de Zelda, y con ello el título de la franquicia The Legend of Zelda, no le cayó a Shigeru Miyamoto del cielo como una de las lágrimas de Tears of the Kingdom, sino que nace de una reconocida novelista y bailarina de origen norteamericano: Zelda Sayre.

El origen de Zelda

Más conocida por su nombre de casada, Zelda Fitzgerald, la artista llegó a oídos de Miyamoto cuando su segunda franquicia más famosa aún no tenía ni título. Tal y como relata en el prólogo del libro Hyrule Historia (desde 17,99 euros en Amazon), por aquél entonces aún se llamaba “La leyenda de algo”, sin saber muy bien en qué acabaría aquello.

El caso es que en cierto punto del desarrollo, cuando la decisión aún no estaba tomada, desde el departamento de marketing tuvieron la ida de crear una suerte de cuento ilustrado con el que acompañar el juego. En él se daría a conocer la historia de un joven llamado Link y la aventura que le llevaría a salvar a una princesa de inconmensurable belleza.

Al relaciones públicas al que se le había ocurrido la idea del cuento le vino a la cabeza el nombre de Zelda, reconocida esposa de un famoso novelista que fue icono de la jet set estadounidense, y aunque la idea del cuento no llegó a buen puerto, a Miyamoto le gustó el nombre y decidió quedarse con él.

No debió ahondar mucho más en aquella historia, porque de lo contrario habría visto que, en realidad, Zelda Fitzgerald, pese a su archiconocida belleza, estaba a kilómetros de lo que cualquiera podría llegar a entender como la fragilidad de una damisela en apuros.

Zelda

La auténtica Zelda

Nacida en el seno de una familia rica de Alabama, Zelda le debía su nombre a un libro de Jane Howard del que su madre era fanática. Pese a que su vida dio un giro radical en la adolescencia, lo cierto es que se crió entre los algodones de una saga de senadores, jueces y periodistas de renombre.

Zelda

Poco podía imaginar aquella modélica y cuadriculada familia que la pequeña terminaría convirtiéndose en la primera flapper de la historia norteamericana, una revolucionaria de tomo y lomo de las que cambiaron el pelo largo por el corto, los vestidos recatados por la falda corta, y la vida de ama de casa por las fiestas, los coches y el alcohol.

Convertida en mucho más que una musa para su marido, el reconocido escritor F. Scott Fitzgerald, las frases, cartas y diarios de Zelda terminaron en novelas de su pareja navegando entre la inspiración y el plagio. Y es que si por algo debería ser reconocida Zelda a día de hoy, es por ser una formidable escritora.

El legado que nos ha quedado, a pesar de ello, es de la demonización de una mujer que vivió las mejores fiestas de los años 20 entre Nueva York y París, que vivió a la sombra de un marido celoso y posesivo, y que cayó en la ruina por gastar más de lo que ganaban.

Entre el alcohol y las drogas, terminó coqueteando con el suicidio y derivó en una enfermedad mental que, diagnosticada como esquizofrenia, la llevó de una institución mental a otra hasta que, en el incendio de una de ellas, murió calcinada con apenas 47 años. Una historia muy distinta a la de la Zelda que todos conocemos.

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