No debí entrar en la tormenta de Zelda: Tears of the Kingdom: descubrí un templo oculto y terminé librando un combate de boxeo

No debí entrar en la tormenta de Zelda: Tears of the Kingdom: descubrí un templo oculto y terminé librando un combate de boxeo

Me he adelantado varios pasos en mi aventura por la misteriosa Hyrule

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Zelda Tears Of The Kingdom

Tras unas dulces e intensas vacaciones en Onaona, es hora de volver a la rutina en mi viaje por The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. Explorar, descubrir y hallar nuevos secretos es mi tarea principal, por lo que la zona cercana más jugosa para sorprenderme era Farone. Una selva en la que perderse que, aunque no es mi terreno preferido, a buen seguro que aguarda alguna sorpresa.

Sin embargo, el descubrimiento no tuvo lugar en tierra, sino en los cielos. En uno los clásicos vuelos con la paravela vi esa enorme tormenta repleta de nubes que se puede contemplar desde muchos puntos de Hyrule, donde los relámpagos dejan a las claras que no se trata de un lugar amigable. Le pregunté a mi hermana, la cual ha avanzado muchísimo más que yo, si iba a salir calcinado por intentar entrar allí y me dijo que sí, pero mi testarudez fue mayor; la mentira de mi hermana, más.

No debería estar aquí

Efectivamente, me he adelantado a demasiados acontecimientos en mi aventura. Una vez atravesada la espesa nube, me encuentro con ruinas zonnan y una reliquia en forma de máscara que puedo recoger para transportarla a un lugar indicado con un rayo láser. Y no lo digo yo, sino que me lo dice ella misma, por lo que el asunto de meter la pata ya comienza a tomar un cariz trascendental.

Antes de partir, decido observar por fuera de la isla flotante y veo muchas otras más pequeñas flotando cerca, lo cual es otro síntoma de que me he saltado algún paso previo. Como ya no hay remedio a mi error y mis ansias por averiguar qué diantres suceden no se pueden reprimir, abro el enorme portón en el que me piden tener 10 corazones completos.

Zelda Tears of the Kingdom

Estoy en la isla Cabeza de Dragón y no me va a dar tiempo a realizar turismo, porque me construyo un aeroplano con turbinas para descender rápidamente a tierra firme. Es increíble cómo me entretiene montar y pilotar un cacharro construido con la Ultramano, no importa la cantidad de veces que lo haya hecho. Una vez en el suelo, abro el pasadizo hacia el Abismo del valle de Tubio, en un punto recóndito de Farone y comienzo a descender hacia el subsuelo.

Todavía no tengo armaduras ni comida preparada que me proteja ante la corrupción, por lo que ya empiezo a visualizar demasiadas pantallas de muerte. Mientras visualizo mil formas en las que Link puede morir, un cartel me indica que acabo de llegar al Centro de producción de Gólems.

El arma de destrucción definitiva

No es que me crea Oppenheimer, ni mucho menos, y la criatura que voy a construir seguramente no pueda arrasar Hyrule de un plumazo, pero el molde que veo ante mí ya indica pasaré a crear un ser poderoso. Las piezas narrativas comienzan a encajar en cuanto la voz se revela como Mineru, la sabia del espíritu de hace tropecientos años, la cual necesita un cuerpo físico en el que materializarse para poder ayudarme.

The Legend of Zelda Tears of the Kingdom

Así que ahora sí, toca encontrar las piezas del gólem a través de cuatro pruebas distintas. Brazos y piernas, puesto que la cabeza la acabo de traer y el tronco ya está presente, por lo que es momento de visitar las factorías. A toda esta parte de Zelda: Tears of the Kingdom se le pueda referir como el Templo del espíritu, si bien no he llegado propiamente al mismo, y estos retos demuestran que estamos ante un desafío que se sale de la escala habitual.

Tener que construir un coche para poder conducir sobre lava, aprovechar las ventajas de las ruedas para levantar enormes bloques de piedra o sacarle jugo a las turbinas en raíles y ascensores conforman un conjunto de ideas muy bien ejecutadas por parte del equipo de Eiji Aonuma. Son problemas entretenidos de resolver, siempre con un margen absurdo de soluciones posibles; hay que llevar el objeto X del punto A al punto B y te lo puedes montar como a ti te dé la realísima gana.

De esta forma consigo crear al Gólem que, para mi sorpresa, puedo montar y controlar cual mecha a lo Power Ranger. Vale, quizás no sea para tanto, pero esa idea tan atractiva para los japoneses de tener tu propio robot imparable está ahí, así que toca reforzarlo con el mejor armamento.

Zelda Tears Kingdom

Guantazos zonnanicos

De camino, ahora sí, al Templo del Espíritu puedo ir probando toda suerte de artilugios en las manos y en la espalda del Gólem. Mis sujetos de pruebas son incautos bokoblins que no saben la que les espera a base de bolas con pinchos y cañonazos. Lo que me queda claro es que muy lento desplazarse con el Gólem, incluso con una turbina a las espaldas, por lo que su uso lo reservaré para luchas en espacios muy cerrados.

Eso sí, nada más llegar al Templo toca liarme a guantazos con el Gólem corrupto, el cual me invita a luchar en una suerte de ring de boxeo. Esta sí que no me la esperaba y entre tanta confusión, me doy de cara contra los pinchos que conforman las cuerdas del cuadrilátero. Duele de narices y no puedo bajarme del Gólem a partirle los dientes como es debido, por lo que muero en un par de ocasiones. Hace falta calcular con cautela cuando atacar, pues un fallo en los tiempos y estás vendido.

The Legend of Zelda Tears of the Kingdom

Una vez derrotado, es cuando recibo mi cinemática como recompensa en la que Mineru me explica con detalle parte de lo sucedido en la batalla contra Ganondorf. Son detalles jugosos, interesantes y que me permiten conocer un poco mejor los sacrificios que tuvieron que hacer Rauru y los demás para contener el mal bajo el castillo de Hyrule. Tras ello, recibo el Gólem como compañero de viaje y decido repasar el orden de cinemáticas para darme cuenta de que, una vez más, me he adelantado muchísimo más de lo que debería. El recuerdo de Mineru debería verlo más tarde, por lo que se ve que me falta mucho contexto para entenderlo todo.

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