No iban mal encaminados nuestros padres y abuelos cuando decían que el tiempo vuela. Parece mentira pero ya hace un año del lanzamiento de Sea of Thieves y, con él, también el aniversario de una de nuestras más profundas decepciones de la generación.
Lo de Rare era una idea mayúscula, sin duda una de las mejores experiencias de esta generación (me atrevería a decir que la mejor), pero un proyecto que no aprovechaba como debía ese potencial y se limitaba a cumplir con una serie de misiones repetitivas e insulsas que no invitaban a mantenerte en el juego más allá de la sorpresa inicial.
La redención de Sea of Thieves
Repito lo que dije en su día. Creo que en mi caso el paso por la beta hizo que la sensación con el juego fuese mucho más pobre de lo que habría sido en su lanzamiento. Al fin y al cabo en el juego final encontraba lo mismo que ya había quemado con anterioridad.
Las promesas de un "algo más" tras un grindeo demencial tampoco ayudaron a ver la propuesta con mejores ojos, así que muchos de los que valoramos la base -pero no el contenido- quedamos a la espera de que algún día, si todo iba bien, podríamos volver a Sea of Thieves con una sonrisa de oreja a oreja.
Durante estos últimos 12 meses Rare ha mantenido un perfil relativamente bajo con sus actualizaciones, haciendo anuncios más o menos ilusionantes y prometiendo seguir insuflando de vida y contenido a un juego que pedía a gritos un esfuerzo así.
Ahora, algo más de un año después del lanzamiento, Sea of Thieves es el juego que debería haber sido en su día. Un título que mantiene una misma estrategia hacia la experiencia reposada y en compañía de amigos, pero que además suma suficientes opciones para no sólo captar, sino también mantener nuestra atención.
La base ya era buena, sólo necesitaba contenido
La caza de bestias gigantes, la llegada de múltiples desafíos y la ampliación de la aventura en forma de misiones y novedades en el mapa eran sólo la punta de lanza que iba formando, parche tras parche, el arma de doble filo que es hoy.
Por un lado todo aquello con lo que soñamos en su día los que nos dimos de bruces con la realidad más pronto de lo que esperábamos. Por el otro una experiencia que, por enrevesada y poco amigable, está lejos de ganarse el aplauso por parte del novato que no sabe dónde se mete.
El tema de nunca estar completamente contentos. Qué le vamos a hacer. Pero lejos de esa puerta de entrada que aún requiere algo más de guía para los principiantes, lo encontrado en esta última aventura, la suerte de campaña que no tuvo cuando tocaba, es toda una delicia.
Al final la esencia es la misma, surcar los mares solos o en compañía con dos mecánicas clave: la exploración en busca de la X que marca el mapa y la fantástica experiencia de manejar el barco en un mundo que es bonito a rabiar.
La historia de piratas con la que soñamos
Con la premisa de encontrar un tesoro perdido emulando a Indiana Jones, partimos con un diario en una mano y un puñado de esperanzas en la otra. Nuestro papel será ir descifrando qué quieren decir los textos y dibujos ahí incluidos, ya sea buscando un galeon naufragado o utilizando lo descrito para encontrar la isla en la que se encuentra la primera pieza del rompecabezas.
Una aventura que va más allá de los paseos en mar abierto para plantarnos ante jefes finales y puzles a lo Tomb Raider, con el agua al cuello e intentando descifrar cómo abrir la puerta que esconde lo que andamos buscando.
No esperéis grandes cinemáticas o un trabajo sobresaliente en lo narrativo, sólo la excusa perfecta para que los viajes en barco de Sea of Thieves no se limiten a mátame unos esqueletos o cázame unos pollos (aunque el tema de ir de pesca sea un nuevo filón a tener muy en cuenta).
Lo único que le pedía a Sea of Thieves era que me provocase lo suficiente para querer volver a él. Esa suma de contenido y excusas para seguir jugando que me pareció totalmente insuficiente en su día y que, por suerte para nosotros y la idea de Rare, hoy está mucho más cerca de contentar a los decepcionados.
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