Puede que haberme críado entre sets de Playmobil haya tenido bastante que ver, pero tengo especial devoción por todo lo que implique construir y mejorar bases en juegos. De todas las que han pasado por mis manos, una de las que recuerdo con más cariño es la Villa Auditore de Monteriggioni.
Presentada por primera vez en Assassin's Creed 2, la Villa de la familia Auditore -basada en un edificio real llamado Villa de Maiano- iniciaba el juego como un pueblucho en ruinas cuyos habitantes no tenían dónde caerse muertos. Un sitio que daba pena ver y que, por descontado, no recomendarías como destino turístico.
El embrujo de Villa Auditore
Lo que daba el pistoletazo de salida como un escenario vacío y aburrido, pronto se desvelaba como una de las grandes ideas en el diseño de Assassin's Creed 2. Una lo suficientemente buena como para crecer y ampliarse en Assassin's Creed Brotherhood con el cuidado de una ciudad entera.
Aquí la idea era crear una mecánica de monetización en la que la inversión del jugador resultaba vital. El dinero ganado por otras vías se podía utilizar para renovar y adquirir edificios en nuestra Villa, lo que mejoraría el prestigio de la zona y nos reportaría más beneficios.
Con ello se iniciaba un ciclo en el que el dinero conseguido cada 20 minutos podía volver a invertirse en su origen, dando así lugar a más tiendas, edificios y obras de arte que, a su vez, iban modificando poco a poco el aspecto de la destartalada Villa.
Como jugadores acabábamos siendo responsables del bienestar de aquellas casas poligonales, lo que creaba un vínculo con la región que, más allá de las prometidas ganancias, nos invitaba a seguir invirtiendo en ella por ver cómo continuaba evolucionando.
El Monteriggioni de Assassin's Creed Valhalla
Con ese recuerdo en mente llegamos Assassin's Creed Valhalla y una de las muchas mecánicas que pretende recuperar de juegos anteriores. Está la vuelta al sigilo, el escondernos entre grupos de aldeanos o la ya archiconocida hoja oculta de los asesinos, pero también un generoso guiño a Villa Auditore.
La idea que acompaña a los saqueos vikingos en tierras inglesas es que, como en Assassin's Creed 2, siempre tengas un sitio al que volver y llamar hogar. Un asentamiento para tu pueblo que, con los botines conseguidos, puedas ir mejorando a placer.
Lo que en la aventura de Ezio eran iglesias, tiendas y cuadros que adornen la Villa, en Valhalla serán barracones para nuestros soldados, herreros que nos faciliten armas e incluso tatuadores que nos adornen la piel. Su gran cambio, sin embargo, es cómo promete hacer avanzar la historia con la llegada de nuevos habitantes y sus propias misiones.
Desde la Mother Base de Metal Gear Solid V hasta la base que montas en Subnautica, la inclusión de este tipo de centros neurálgicos de la experiencia, en los que descansar y valorar todo lo que has conseguido, siempre me han parecido un recurso fantástico. Uno que estoy deseando ver crecer en Assassin's Creed Valhalla.
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